Coronavirus y la “secuela pangolín”
El aumento de cercania a la vida
silvestre plantea riesgos para la salud, la bioseguridad y la estabilidad
mundial. Como demuestra el brote actual de coronavirus,
la vida silvestre puede originar eventos zoonóticos que conllevan riesgos
enormes para la salud pública, la bioseguridad e incluso la estabilidad
mundial.
Todo está conectado.
Según
la teoría del caos, cuando una mariposa aletea en Nuevo México, tiene el poder
de causar un huracán en China. Pero no hay prácticamente nada del azar sugerido
por el efecto mariposa en las fichas de dominó que siguen cayendo desde el
surgimiento de la COVID-19 (coronavirus). La explicación más loable es, de
hecho, bastante familiar: acciones cotidianas de los seres humanos que,
invisiblemente conectadas, pueden llevar a consecuencias dramáticas.
La vida silvestre y las enfermedades infecciosas emergentes.
El SARS-CoV-2 se originó en la vida silvestre,
desde donde el virus logró cruzar el muro entre especies y contagiar al ser
humano. El principal sospechoso en estos
momentos es una especie de murciélago de herradura.
El murciélago probablemente
transmitió el virus a un huésped intermediario, y las primeras teorías
apuntaban al pangolín, ese animal escamoso comercializado ilegalmente por su
carne y escamas, que se usan por su aparente valor medicinal. Finalmente, el
contacto humano con el huésped intermediario facilitó el salto final del
patógeno, causando una pandemia que, al momento, marzo 23 del 2020 se ha
extendido a más de 167 países, infectando a 345.356 pesonas, muertos 15.200,
curados 98.190 personas y causando innumerables pérdidas.
El nuevo coronavirus
SARS-CoV-2, surgido en la ciudad china de Wuhan a finales de 2019, continúa atravesando
fronteras. La epidemia, una de las mayores crisis sanitarias de los
últimos años cuyas consecuencias son todavía impredecibles.
En Ecuador, casos confirmados 981, Casos en sospecha 708, fallecidos
18, Casos Descartados 1091, Casos recuperados 3, en Cerco epidemiológico
activo 1347, Hasta la fecha se han tomado 2780 muestras para COVID-19 tomadas al 23/3/2020. Elaborado por Fundación ayni.
Favorecer la aparición de nuevos patógenos mortales.
El origen y secuencia de transmisión de la
pandemia de coronavirus no debería de sorprendernos. La epidemia de SARS en
2003, tuvo su origen en civetas, vendidas en los mercados como mascotas y
también como manjar exótico.
El MERS de 2012 se originó en camellos
que contagiaron a humanos en contacto con ellos. La gripe aviar, el virus
Nipah, el ébola, el VIH... todas estas y muchas otras enfermedades
infecciosas emergentes (EIE) se originaron en animales que
contagiaron a humanos, un fenómeno llamado zoonosis. Se estima que más del 60 % de las EIEs en el
mundo son zoonóticas, y la gran totalidad de estas (más del 70 %) se origina en
la vida silvestre.
El primer fenómeno de amplificación es
un aumento en la exposición. Debido a la actividad humana, estamos permanentemente
incrementando significativamente nuestra exposición a patógenos a los que nunca
habíamos estado expuestos, y por lo tanto, a los que no estamos preparados para
responder. Lo estamos haciendo de dos maneras principales: trayendo la vida
silvestre demasiado cerca, o nosotros acercándonos demasiado a ella.
El segundo fenómeno de gran
amplificación se podría atribuir a la globalización: en cuanto un patógeno
consigue cruzar la barrera entre especies e infectar a suficientes individuos,
los vuelos y cruceros internacionales y las cadenas de valor globales hacen el
resto, transportando a esas personas infectadas a todos los rincones del
planeta.
Traer la vida silvestre demasiado cerca: el tráfico de especies
Se estima que el tráfico ilegal de
especies es la cuarta actividad criminal organizada en el mundo tras los
estupefacientes, productos falsificados y tráfico de personas.
El comercio legal de especies, está regulado por la convención CITES, (Convención sobre el Comercio
Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres), aunque el
enfoque es de proteger a la fauna del posible efecto lesivo de su
comercialización.
Tanto el tráfico ilegal como el comercio
regulado actúan como grandes cintas transportadoras, trasladando animales
silvestres —y sus patógenos— a lo largo y ancho, intensificando de esta forma
el posible contacto con humanos en su recorrido e incrementando
significativamente las posibilidades de contagio.
El tráfico ilegal, posiblemente, haya
sido el causante de que una especie animal infectada con SARS-CoV-2 entrara en
contacto forzado con personas.
El tráfico ilegal, posiblemente, haya
sido el causante de que una especie animal infectada con SARS-CoV-2 entrara en
contacto forzado con personas (sería una gran ironía si finalmente el pangolín resultara
ser el huésped intermedio, ya que se trata del mamífero más traficado en el
mundo, con las ocho especies conocidas incluidas en la Lista Roja de Especies
Amenazadas de la UICN, tres de ellas en peligro crítico).
Las especies silvestres se trafican y
comercializan por diversos motivos: alimento o exquisitez, amuleto o trofeo,
como mascotas, para usos en medicina tradicional, entre otros. En muchas partes
del mundo, la utilización y el consumo de animales silvestres son prácticas
culturales muy arraigadas.
Sin embargo, tal y como demuestra la
inmediata prohibición en China de todo comercio de vida silvestre para el
consumo, minimizar la exposición humana a animales silvestres es un paso
fundamental para evitar la aparición de nuevas EIEs.
También es fundamental mejorar las
condiciones higiénicas y veterinarias a lo largo de la cadena de comercio
legal, e imponer condiciones restrictivas y seguras para el uso y venta. La
capacidad y conocimientos para tomar estas medidas suelen ser débiles en muchos
países, en los cuales los servicios veterinarios para animales domésticos están
avanzados, pero prácticas similares para la inspección de animales salvajes no
están completamente desarrolladas ni integradas.
Acercarnos demasiado a la vida silvestre – degradación de hábitat.
La biodiversidad nos proporciona un
servicio clave con el que no estamos muy familiarizados: la regulación de
enfermedades. Los ecosistemas biodiversos en estado natural limitan la
exposición y el impacto potencial de patógenos a través de un efecto de
dilución o amortiguamiento, minimizando las probabilidades de contagio a
humanos. La deforestación y el cambio
del uso de la tierra, la fragmentación de hábitats, la ocupación de espacios
naturales, el rápido crecimiento poblacional y la urbanización son algunos de
los factores ecológicos y socioeconómicos que amplifican la exposición humana y
multiplican las posibilidades de contagio. El cambio climático es un factor
adicional de riesgo de EIEs, ya que sus efectos abren nuevas oportunidades para
los patógenos, aceleran la aparición de especies invasoras y desplazan el rango
natural de acción de las especies silvestres.
Las actividades antropogénicas están
eliminando el efecto amortiguador que proporciona la biodiversidad y los ecosistemas,
y aumentando así el riesgo de una nueva pandemia.
El estudio de todos estos factores
permite a la ciencia determinar zonas críticas de riesgo de EIE zoonóticas. Los
análisis indican que existe un riesgo elevado de EIEs en regiones tropicales
boscosas que además estén experimentado cambios en el uso de la tierra y donde
la biodiversidad de vida silvestre (especialmente en riqueza de mamíferos) sea
alta. China y el Sudeste Asiático son zonas ya descritas y clasificadas de alto
riesgo. Las actividades antropogénicas están eliminando el efecto amortiguador
que proporciona la biodiversidad y los ecosistemas, y aumentando así el riesgo
de una nueva pandemia. Revertir estas tendencias es, más que nunca, de
relevancia global para la salud pública.
“Una salud”
La salud humana y la animal son
interdependientes, y a su vez están vinculadas a la salud de los ecosistemas en
los que habitan.
Mientras asistimos a la expansión del
coronavirus, debemos recordar la importancia de la salud ambiental como un
elemento clave de nuestra propia salud, y que iniciativas concretas que
minimicen significativamente nuestra exposición a la vida silvestre son más
urgentes que nunca. Prevenir un futuro
«efecto pangolín» comienza por frenar el tráfico ilegal de especies y regular
estrictamente el comercio legal, mejorar la conservación de la biodiversidad y
sus hábitats, y mantener servicios ecosistémicos saludables. Se ha abierto una
ventana de oportunidad, pero por poco tiempo.